martes, 12 de marzo de 2013

Diamantes de sangre.

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DIAMANTES DE SANGRE


Edward Zwick, 2006


Una historia repleta de miserias y horror. El horror de los niños soldado que en África siguen siendo carne para la más desalmada violencia. El horror de saber que las piedras preciosas con las que en el mundo rico se viste en pro de la belleza, en realidad, van teñidos de sangre.


Diamantes de sangre constituye una nueva muestra del cine conciencia a la que Hollyvood, en ocasiones, tiene el decoro de producir. En este caso, además el hecho que el actor principal sea el conocido Leonardo DiCaprio, que encarna a un sin escrúpulos traficante de diamantes, le da más publicidad a la causa de denuncia que el negocio de los diamantes alimenta conflictos bélicos y contribuye a la financiación de grupos rebeldes que tan sólo persiguen beneficios sin moral alguna. Al fin y la cabo, según los expertos, el negocio de los diamantesmueve más de 60.000 millones de euros al año. Una realidad de la que los traficantes de esclavos y armas no pueden escapar.


Aunque el argumento puede ser simple, pues es una larga carrera del pescador Solomon Vandy junto al traficante y mercenario Danny Archer para recuperar una piedra de gran tamaño que ha escondido mientras era esclavo en una mina de diamantes. El traficante Archer como experto por ser mercenario de élite pone sus habilidades para llegar nuevamente a la mina atravesando una zona en conflicto bélico. Sin embargo, su intención inicial es quedárselo para salir de su infierno. Una periodista, May Bowen será el contrapunto de los dos protagonistas y quien los pondrá, en su ansia de publicar un reportaje sobre el tráfico de diamantes, camino de la ayuda mutua y que finalmente se resolverá con un final feliz para Solomon y toda su familia.


A diferencia de otras películas sobre África, Diamantes de sangre deja de un lado el esteticismo y el glamour para priorizar la denuncia. Quizás como El Jardinero Fiel de Fernando Meirelles, retrata la violencia y el horror sin tapujos. En Diamantesde sangre son las genocidas guerras civiles en África las que exponen el verdadero crimen contra la humanidad, no sólo por los millones de desplazados y arrojados a la miseria sino también por el horror de los niños soldados que sólo en este continente se cifra en más de 200.000 niños adiestrados para matar sin conciencia.


A pesar de los esfuerzos para sacar a estos niños de la crueldad, la realidad es obstinada como lo muestra la escena en que un mecenas que regenta un refugio para rehabilitarlos es herido intentando negociar con dos niños soldados en un puesto de guardia. La película dirigida por Edward Zwick pone la cámara en pro de una causa de denuncia aunque luego se ajuste a lo que es un producto de entretenimiento donde aventuras y acción están perfectamente cronometrados. Pero no es menos cierto que el espectador sensible saldrá tras el largometraje con dudas sobre su implicación en el drama terrorífico que narra. Otro cantar es si la película puede conseguir que uno se cuestione comprar diamantes, incluso certificados, sabiendo el sufrimiento que hay detrás. Si uno ya ha comprado alguna vez un diamante como prueba de su “amor para siempre” está claro que su conciencia no queda indemne tras ver este film, diga lo que diga en su defensa la industria joyera.


Tras el año 2000 se decretó la tolerancia cero a los diamantes que vinieran de zonas en conflicto y en el 2003 se instituyó el Proceso de Kimberley en el que 71 países se comprometieron en no adquirir diamantes manchados de sangre, aunque la misma industria reconocen que 1 % siguen corriendo por el mercado ensangrentados. Si tenemos en cuenta la astronómica cifra del mercado de diamantes, este pequeño porcentaje que las ONG como Amnistía Internacional ponen en duda supone más de 6.000 millones de euros al año que contribuyen a financiar los conflictos civiles y el esclavismo.


Diamantes de sangre no hace concesiones al glamour y su larga duración a penas deja unos instantes para la calma que precede a la tempestad violenta y cruel tras la expoliación de los recursos naturales en países pobres para beneficio de los ricos. La película podría adentrarse colateralmente en una realidad igual de trágica como es la extracción del coltán, un mineral codiciado por la industria electrónica y de la que todos somos usuarios en la sociedad en forma de móviles y gadgets informáticos. Hoy Sierra Leona está en paz, pero otros están en conflicto y al ver la película uno no puede (y eso que es ficción) sino imaginar las profundas heridas sociales y secuelas que estas dejan. La colonización europea en África se terminó hace décadas de forma oficial pero sigue bien patente en la explotación indirecta de los recursos codiciados. Como dice un indígena, “no quiero ni imaginar que nos harían si encontraran petróleo” al relatar a Solomon como destruyeron los rebeldes su aldea. Eso ocurre ahora en Nigeria.


Esta es la realidad y que conste que el filme, a pesar de su integridad sin concesiones, no es más que una pincelada del horror real que vivió Sierra Leona y que siguen viviendo otras zonas de África. Otro dato interesante es que el negocio diamantero está controlado por unas pocas empresas y en la película, a pesar de mostrar los esfuerzos que supusieron el Proceso Kimberley, deja claro que el objetivo de todo este negocio de las piedras preciosas es acumularlas para que nadie pueda inundar el mercado y hacer caer su precio. Solomon, compra con el gran diamante rosa la libertad de su familia pero también muestra de la mano de la periodista May Bowen como están de implicadas las empresas en el negocio de la violencia mercenaria y de la que el traficante Archer de DiCaprio no es más que una pieza insignificante de este puzzle global sangriento.


África sigue siendo un continente repleto de recursos codiciados y gobernado por unas democracias débiles, corruptas y esclavas del capital occidental. Nuestro estilo de vida de lujo sigue siendo el espejo en el que se refleja la miseria de la mayoría que explotamos por tener recursos baratos. El negocio de los diamantes que denuncia este film es sólo la punto del iceberg (al fin y al cabo, la mayoría no compra diamantes cada día), pero si que seguimos consumiendo a borbotones petróleo, minerales y madera ensangrentada. Ojalá filmes como Diamantes de sangre sean, dado lo estelar de todo el montaje, la espoleta que nos estimule para una vida un estilo de vida más simple y en decrecimiento.

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