lunes, 12 de enero de 2015

Los ‘niños-canguro’ de Dakar





La niña Mbéne, senegalesa, nació prematura y salió adelante gracias al método canguro. Es inteligente y cariñosa, aunque tiene ciertas dificultades con el habla



Aïssatou Ndiaye, con su hija Mbéne, que nació prematura y salió adelante gracias al método canguro, por el que los niños permanecen pecho con pecho con sus madres cuando son bebés. / ISABEL MUÑOZ
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En el aeropuerto disparan con una pistola a la frente de todo el que llega. En las paredes se leen avisos tajantes para no tocarse. Un gran cartel advierte del peligro de comer murciélagos. Regresamos a Dakar el pasado septiembre, en plena paranoia del ébola. Han transcurrido cinco años de aquella primera vez, en la que acudimos, ilusionados, a comprobar la eficacia del método canguro –contacto permanente del cuerpo del bebé con el del padre o la madre, pecho con pecho–, importado desde Colombia para sacar adelante a niños prematuros en lugares donde aún es un esfuerzo que no está a su alcance –o en las prioridades de sus gobernantes– disponer de suficientes incubadoras en los hospitales. Según el Estado mundial de la infancia 2014 de Unicef, en este país de 13,7 millones de habitantes, casi un 20% de los niños nacen con poco peso.

Volvemos para quedar con Aïssatou Ndiaye y su hijita Mbéne. Cuando la vimos en 2009, con 34 días, pesaba solo 1,350 kilos. En el avión, junto a Isabel Muñoz y su ayudante, David, y Diana, que viaja con nosotros representando a Unicef, la pregunta es: ¿qué habrá sido de aquella mujer tan guapa de luminosa sonrisa y aquella niñita tan diminuta? ¿Qué habrá sido de su familia y su paupérrima casa?

Han cambiado muchas cosas en estos cinco años. Dakar ha ganado importantes infraestructuras, pero sigue habiendo muchísima gente en el abismo de lo mínimo para vivir. Y el ébola está trastocando la confianza en la manera de viajar en ese país tan alegre y colorista, desde que bajamos del avión y nos asaltan esas pistolas-termómetro que lanzan rayos láser a la frente para comprobar si algún viajero llega con fiebre, y después por toda la ciudad nos persiguen carteles pidiendo que la gente no se toque ni coma carne de mono o de murciélago como principales medidas para evitar la propagación de la epidemia, aunque en Senegal en esas fechas solo había un caso, e importado.


Aïssatou Ndiaye y su hija Mbéne, hace cinco años. / ISABEL MUÑOZ

Llegamos a casa de Aïssatou en el suburbio de Guediawaye –calles de barro, casas todas a medio hacer o medio caer, nunca se sabe bien– justo en el momento en que el cielo descarga un gran aguacero. Y Aïssatou y su marido nos besan, nos dan la mano, nos abrazan, felices del reencuentro cinco años después. Reciben en casa de la vecina, en un gran salón con un enorme televisor; nos sentamos en el suelo, sobre colchonetas. Y ella, de 29 años, y su marido, Cheikh Tidiana Niang, de 40, albañil, cuentan: que Mbéne salió adelante gracias al método canguro, que está bien y es inteligente y cariñosa, aunque tiene ciertas dificultades con el habla; que después tuvieron otro niño, un bebé que cuenta ahora un año; que son una familia feliz con cuatro hijos, más otro niño de ocho años de un familiar que quedó huérfano y al que han acogido, más la abuela, la madre del marido; y que como su casa es pequeña, han llegado a una especie de pacto de convivencia, muy a la africana, con la vecina, que es una señora mayor que vive con su hijo de 50 años, que los niños les dan alegría y ella les aporta la comodidad de un salón más amplio. Los conceptos africanos de familia, edad, relaciones, tiempo, felicidad, vecindario son menos formales, menos formateados.

Le preguntamos a Aïssatou cómo les ha ido en estos cinco años a ella y a su hija. Nos explica en wólof: “Lo peor, la crisis asmática que sufrió de pequeña y los problemas para hablar, pero su padre le hace canciones con las palabras y eso le ayuda a mejorar. Eso ha sido lo mejor, ver a Mbéne recuperarse”. ¿Y vuestros planes, vuestras ilusiones para los próximos cinco años? “Aunque mi marido trabaja mucho, su empleo no es estable; me gustaría encontrar algo para mí, para contribuir a la familia; no he ido a la escuela, pero podría trabajar bien en algún comercio”.

Además de Aïssatou, volvemos a visitar al doctor Ousmane Ndiaye, jefe del servicio de pediatría del centro Abass Ndao, que decidió aplicar hace 16 años el método canguro en Dakar. Nos decía en 2009: “Los progenitores les dan calor, energía, afecto, y está comprobado que los niños crecen más sanos y psicológicamente más equilibrados… Y sin gasto alguno”. “En el proyecto piloto que realizamos tras mi regreso de Colombia, de los 112 niños a los que aplicamos este sistema entre 1998 y 2005, solo uno murió”. Cinco años después, ¿cómo van los datos? Asegura el profesor, que la pasada primavera fue nombrado presidente del Grupo de Trabajo para la Salud Materno-Infantil de la OMS en África, que el 90% de los bebés sobreviven, y son varios cientos los que cada año siguen este método en su hospital, pues lo recomiendan a todos los que llegan a este mundo con menos de 2,5 kilos. Ante los buenos resultados, Ousmane Ndiaye ha asesorado para la extensión del método a países como Ruanda, Níger y Togo. Da otro dato muy esperanzador, con el que nos quedamos para este retorno a Dakar: en el último lustro, la mortalidad infantil ha descendido de los 35 a los 29 por cada mil nacimientos.



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