África es donde más crece el número de sacerdotes , por José Carlos Rodríguez Soto
Si desde hace ya bastantes años las vocaciones sacerdotales disminuyen en Europa y Estados Unidos, no sucede lo mismo en África. Durante el periodo 2000 a 2007 el número de sacerdotes diocesanos creció en un 2,5% y actualmente ha alcanzado la cifra de 272.000. A ellos hay que sumar 135.000 sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas. Con estos datos, resulta que África es el continente donde aumentan más los curas. Son datos que acaba de publicar el Vaticano en su última edición del Anuario Estadístico de la Iglesia. Este informe asegura también que África es el continente donde crece más también el número de católicos: un 3% en ese mismo periodo de siete años. Con estos datos parece que la Iglesia Católica tiene motivos para mirar a África como el lugar donde tiene más futuro.
Con excepción de Polonia, en Europa las vocaciones sacerdotales siguen disminuyendo. Los seminarios se quedan vacíos, los curas son cada vez más ancianos, y no es extraño que en España, por ejemplo, haya diócesis donde hayan tenido que vender edificios que antaño albergaron a cientos de seminaristas. En África, sin embargo, tienen que construir más para ampliarlos porque se quedan pequeños. Esto ocurre sobre todo en países como Nigeria, Uganda, la República Democrática del Congo y Tanzania. En estos cuatro países se concentran la mitad de los sacerdotes africanos. En total, los seminaristas en África aumentaron en un 21% durante el periodo de siete años al que se refiere el anuario.
Las causas son diversas. En primer lugar, no hay duda de que los africanos, en general, tienen una cultura más religiosa que en nuestro mundo occidental. También hay que señalar que la Iglesia católica tiene bastante prestigio en muchos países africanos, donde con no raramente es la única institución que funciona y que presta valiosos servicios a la población más pobre, como escuelas, hospitales y centros sociales. En países como Mozambique, Congo, Uganda, Sudán y otros muchos se ha destacado también por su labor a favor de la paz.
Pero también hay causas más ambiguas. Como sucedía en España hace varias décadas, en zonas donde la población vive en la pobreza, no es raro que para una familia mandar a un hijo al seminario sea la única oportunidad de enviarle para que tenga una educación de cierta calidad. Y no hay que olvidar que en muchos lugares el sacerdote es visto como una figura importante, con poder y prestigio social, lo cual resulta atractivo para muchos. Los que realizan tareas de formación en seminarios se quejan a menudo que resulta difícil discernir los verdaderos motivos, sobre todo porque muchos jóvenes seminaristas desarrollan un carácter reservado durante los años de su formación.
Sea como fuere, muchos de estos miles de sacerdotes suelen realizar en sus parroquias tareas que van más allá de lo puramente espiritual. A menudo coordinan proyectos de tipo social que prestan valiosos servicios a poblaciones, sobre todo rurales, que carecen de todo. Un problema de difícil solución para muchas diócesis en África es el mantenimiento económico de su clero. Muchos de ellos apenas pueden vivir con lo que les aportan sus feligreses. Cuando yo estuve en Uganda, recuerdo cómo en cualquier parroquia rural del Norte era raro que la colecta dominical pasara de los 10.000 chelines, unos cuatro euros al cambio. Y también hay que pagarles el seguro médico y darles los medios para que puedan viajar por parroquias rurales que a menudo tienen una extensión enorme. Por si fuera poco, no es raro que en muchas ocasiones los curas diocesanos en África se vean ante un alud de peticiones de ayuda por parte de muchos de sus familiares, cosa que es lógica para el contexto cultural de familia extendida en el que funciona el "hoy por ti, mañana por mí". Si ayer fueron sus tíos los que se rascaron el bolsillo para pagarle los estudios en el seminario, hoy le recuerdan al joven cura que es su turno de echar una mano a sus primos, sobrinos y demás parentela para que puedan terminar sus cursos en escuelas y universidades, y el pobre clérigo se encuentra con que le resulta difícil decir que no y explicarles que en su diócesis el dinero no se encuentra debajo de las piedras.
En cualquier caso, a juzgar por estos datos, no es de extrañar que si antes eran los países europeos los que enviaban misioneros para ayudar a la Iglesia africana, ahora se estén invirtiendo los papeles. Ya hay diócesis en países europeos que tienen a sacerdotes africanos en parroquias donde se habían quedado sin atención pastoral. Este año, por ejemplo, los obispos de Oviedo y de Ciudad Rodrigo han nombrado a algunos africanos, concretamente de Guinea Ecuatorial y de Ruanda, párrocos de iglesias que llevaban varios años sin nadie a su cargo. Es más que probable que durante los próximos años la imagen de un párroco africano celebrando misa en una iglesia española se convierta en algo habitual. Y si sigue la tendencia actual, a lo mejor no está muy lejos el día en que en las parroquias de Nigeria y en Congo hagan la colecta del Domund para bautizar a niños europeos.
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