jueves, 2 de mayo de 2013

Misterios de Senegal: Enamorarse de África.

Misterios del continente negro

¿Por qué nos enamora África? No sólo por sus paisajes y su fauna, sino también por sus curiosidades, esos rasgos inmateriales que seducen tanto al viajero y que hacen único al continente. Desde la luz al concepto del tiempo.




La sabana adormecida y monótona, la selva tropical, las áridas tierras desérticas, las laderas heladas de los montes, las playas de arena blanca remojadas por dos océanos. Sí, África son todos estos paisajes, algunos de ellos aderezados con la fauna más apabullante del mundo.

Pero África son también sus misterios, esos rasgos etéreos, casi mágicos, que enriquecen su naturaleza y que tejen la esencia africana. Presentamos cinco peculiaridades comunes que se esparcen por su geografía... y que son poderosos motivos para amar al continente negro.
La magia de la luz

Dicen los expertos que irradia de forma diferente, como en ningún otro lugar del planeta. La luz africana es la delicia de los fotógrafos, con sus tintes cobres y sus tonos casi siempre cálidos. Hay un dicho que reza que uno no ha visto un verdadero atardecer si no lo ha hecho desde este continente. Incluso en los días de lluvia, la atmósfera se vuelve azulada y metálica. La luz de África enamora porque tiene una fuerza única y porque regala escenas inolvidables. Nada sacude tanto a la retina como un elefante a contraluz en la inmensidad de la sabana, o como el cielo anaranjado y rabioso sobre las dunas de Namibia.
La lentitud del tiempo

«Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo». Así acostumbran muchos africanos a retar al viajero occidental. Porque en este continente, es fácil comprobarlo, el tiempo corre más lento. A orillas del río Zambeze o en el desierto de Kalahari. En el lago Tanganica o en la playa Kololi de Gambia. Al menos, existe otro concepto, otra percepción del ritmo de los días. Muchos pueblos consideran que el tiempo es un don especial, de modo que no hay necesidad de moverse en la vida con urgencia. Pocas cosas corren tanta prisa como para dejar de sentarse a charlar un rato con los allegados, o a contemplar el paisaje, o simplemente a pensar mientras se estiran las horas.
La fuerza del grupo

Gracias a la tradición tribal, el individualismo apenas tiene cabida en la identidad africana. Por eso sorprende tanto su capacidad de reunión, su voluntad de vida común, sus vínculos inquebrantables con todo un clan familiar que a veces resulta infinito debido a la poligamia. A los africanos se les contempla casi siempre en grupo y este rasgo lo hacen extensivo a todo el que venga de fuera: a menudo el visitante será invitado a participar en una conversación o en una danza tradicional o en un espontáneo partido de fútbol.
La vida en la calle

Desde las comunidades costeras a los pueblos de las tierras altas, desde el centro de las grandes capitales hasta los suburbios de chabolas, la vida en África suele transcurrir en las calles. El bullicio, el ruido, el polvo y el ambiente abigarrado son características básicas, especialmente en la hora punta de cualquier población, que se convierte siempre en espectáculo. Estas escenas cotidianas repletas de color y movimiento forman también parte de su esencia.
Las locas paradojas

África, ya se sabe, libra desde tiempo inmemorial un forcejeo con la pobreza. Y su proceso de modernización es precario y renqueante. Esto supone una eterna batalla entre tradición y progreso que da lugar, muchas veces, a escenas divertidas y chocantes que son únicas en el mundo. No es raro encontrarse a un nómada samburu del desierto con un reloj digital o a un wolof de Senegal con una gorra jamaicana.





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