Hace unos años se publicó un libro que se titulaba “Pasión de Cristo, pasión del mundo” nombre sobradamente significativo, que se viene a la memoria ante los duros datos que ofrece el Informe Foessa, publicado en esta semana de pasión.
Resumiéndolo de manera somera podríamos decir que se intensifican los procesos de empobrecimiento y es que las cifras son estremecedoras. Y si los datos son preocupantes a nivel nacional, cuando analizamos la que tenemos más cercana vemos que en Sevilla la tasa de paro pasó del 12´96% en 2007 (110.000 personas) al 32,56% (302.500 personas) en 2012, que son nuestros vecinos los más de 90.000 hogares donde todos sus componentes están parados, sin hablar de que más de la mitad de los jóvenes que buscan trabajo están en paro y los terribles dramas que están viviendo tantas personas que ven como pasa el tiempo, se le acaban todo tipo de ayudas y entran en un mundo de desesperanza.
Amplia brecha que se ha abierto entre las personas empobrecidas y el resto de la sociedad que tiene más posibilidad de acceso a bienes y servicios; amplia brecha que sigue ensanchándose de manera alarmante.
El paro estructural y una realidad social en España donde los mecanismos de aseguramiento de la sociedad se han debilitado y políticas de austeridad han generado una mayor vulnerabilidad de la sociedad española, se están cebando con los más débiles.
Como también expresa claramente el informe, no podemos tampoco olvidar a aquellas personas que en distintas partes del mundo viven en crisis como forma habitual de su existir. Mal católicos (universales) seríamos si cayésemos en la ladina tentación de atender a los más cercanos y olvidar al resto.
Cristo sigue presente en su pasión en tantas personas que sufren. No son números, son personas que tienen su particular calvario en su vida diaria.
Con fe sabemos que el Señor sufrió su pasión y muerte por todos y cada uno de nosotros y que día a día hace presente su entrega salvadora en nuestras vidas, y de manera real y actual en la Eucaristía. El amor al que se entregó por nosotros, nos ha de llevar a trabajar constantemente por sembrar esperanza, a destruir estructuras de injusticia, a defender a los más pobres, a los que no cuentan para la sociedad, porque desde Jesús otro mundo es posible.
Que la fuerza de la caridad de Cristo y la de cada uno de nosotros unida a la de Él, haga brotar la fuerza de la Resurrección a la que Dios nos tiene convocados a todos.
El tiempo de Adviento es un buen momento para reflexionar sobre la venida del Señor y algunos de las implicaciones que ello conlleva a la vida de los creyentes.
Jesús es la concreción real de la misericordia de Dios y en con su venida ha hecho realidad palpable la cercanía y solidaridad del Altísimo; se ha presentado el modelo creíble de la opción por los pobres y necesitados.
Realmente la Encarnación del Verbo es un empobrecimiento de Dios, porque el Hijo se vacía de los recursos del poder y de la majestad del mundo, para convertirse en “El pobre por antonomasia”, el que se despeja de su interés propio para entregarse a la misión que el Padre le había encomendado, para no cerrarse en sus propias conveniencias, sino para actuar en favor de los demás, siendo servidor y no servido por los demás.
Para Jesús la pobreza se convierte en una forma de vida, que hace presente lo más particular de su persona y de la vez del mismo ser de Dios: estar abierto a los demás, eliminar barreras de la exclusión y de la marginación, acoger al que se encuentra solo y abandonado, despojarse de lo propio para compartir, renunciar a las riquezas que se obtienen a costa de los demás y ofrecer lo suyo siempre para compartir. El acercamiento y la solidaridad en la vida de Jesús llegan hasta el nivel de identificarse con los más pobres, a hacerse pobre con los pobres.
A nuestro alcance tenemos la gran analogía entre la presencia de Jesús en la Eucaristía y en los pobres. El pan consagrado y compartido en la misa, es el cuerpo entregado del Señor. Desde la Eucaristía nos está llamando para que como el samaritano nos hagamos prójimos, porque Él está en los pobres y en ellos quiere ser atendido.
Ojalá sea este nuestro regalo, ante esta navidad.
martes, 23 de octubre de 2012
El Instituto Nacional de Estadística acaba de publicar los datos provisionales de la Encuesta de Condiciones de Vida en España 2012, en la que entre otras magnitudes, se refleja la disminución del 1,9% de los ingresos medios anuales de los hogares españoles. Así mismo indica como el 21,1% de la población residente en España está por debajo del umbral de riesgo de pobreza.
Si estas magnitudes, a nivel nacional son preocupantes, cuando conocemos los datos de Andalucía estos pasan a un 31,7% que ya el año anterior sufría nuestra comunidad en cuanto a la población empobrecida.
El valor del umbral de pobreza se obtiene multiplicando 7.354,6 euros por el número de personas que existen en el hogar. Por ejemplo, para un hogar de un adulto el umbral es de 7.354,6 euros, para un hogar de dos adultos es de 11.031,9 euros (ó 5.516,0 euros por persona), para un hogar de dos adultos y un menor de 14 años es de 13.238,3 euros (ó 4.412,8 euros por persona), para un hogar de dos adultos y dos menores de 14 años es de 15.444,7 euros (ó 3.861,2 euros por persona).
Ciertamente puede realizarse una reflexión fácil de la que se concluya que cuando haya pasado la crisis variará esta situación, pero en el trasfondo de la frialdad de los datos están personas que sufren en desamparo y se están viendo desplazadas de la sociedad, por un modelo que ha primado a los que más tienen.
No es cuestión de crisis, es cuestión de valores, y mientras la persona no está en el centro de nuestros objetivos, esto será un círculo vicioso que periódicamente irá dejando a millones de hombres y mujeres en el camino de la pobreza, en un mundo en el que los bienes, justamente distribuidos y teniendo siempre presente a los más débiles, llegarían a todos.
Otro mundo es posible. Vive sencillamente, para que sencillamente otros pueda vivir.
jueves, 30 de agosto de 2012
El futuro social de nuestra sociedad, así como su desarrollo político y económicodepende de la medida en que sus niños y niñas crezcan felices, sanos, educados y seguros.
Estudios internacionales muestran que la pobreza infantil y la exclusión social conducen a un mayor coste social y económico para los países en que existe.
Por el contrario, la inversión en erradicar la pobreza que sufren niños y niñas conduce a beneficios económicos reales y ahorro significativo en la vida social, a largo plazo.
Los menores que crecen en la pobreza o la exclusión social tienen menosprobabilidades de alcanzar su máximo potencial y corren un mayor riesgo de estar desempleados en un futuro, viviendo en una pobreza persistente en la edad adulta.
Grupos específicos de niños están en alto riesgo de graves o muy grave pobreza extrema, razón por la que es necesaria una atención particular. Sólo en Europa hay más de 20 millones de niños en riesgo de pobreza y lo peor es que estenúmero está creciendo como resultado directo de la crisis económica. Muchos de los servicios necesarios para atender a los niños que se encuentran en situación de riesgo de pobreza dependen - incluida la salud pública, la educación yservicios de guardería - han sufrido y seguirán sufriendo recortes significativos, a partir del comienzo de la crisis, como se puede constatar.
La crisis, con haber dado lugar a la pérdida de empleo e inseguridad en el trabajo, está produciendo graves consecuencias que se están cebando con las familias más vulnerables, lo cual tiene importantes consecuencias las personas que componen la unidad familiar, pero especialmente para los menores.
Mientras que desde 2008, los líderes europeos y españoles no han tardado en reaccionar para luchar contra la crisis financiera, mostrando una voluntad política sin precedentes que ha llevado consigo aprobar miles de millones de euros para salvar a entidades financieras y otras de la quiebra, en contraste, ha sido un cada vez menor el ahínco puesto para apoyar a las personas empobrecidas y en concreto a la infancia.
Solo con voluntad y compromiso coherente de los agentes políticos y sociales, y también, con el esfuerzo personal de cada uno de nosotros, será posible erradicar la pobreza y conseguir que para los más vulnerables, otro mundo sea posible.
Si queremos definir la situación actual, podemos decir que la clave que la define es la situación de incertidumbre, de desconcierto, donde no sabemos dónde estamos y no conocemos mañana qué nos va a pasar. Cualquier noticia o posible solución planteada en el día de hoy, mañana es cambiada por el gurú de turno y la perplejidad es la nota que a todos nos domina.
Ciertamente estamos en una situación imprevisible en su comienzo, imprevisible en su desarrollo e imprevisible en el futuro.
Momento de amplia complejidad, donde las soluciones no son fáciles y donde las ideas claras y sencillas no son siempre la respuesta adecuada, sino que se precisan de soluciones complejas ante la interrelación de tantos y tan variados elementos.
En este mundo, en esta realidad Cáritas no se cansa de proclamar que la pobreza es cada vez más extensa, más intensa y más crónica.
Vivimos en un mundo cada vez más desigual y más dual, es constatable la fractura social que se está gestando. Es un mundo roto, en un mundo fragmentado, que está viviendo como en dolores de parto. Dios cada vez se hace más presente en los latidos de su ausencia.
Raro es el día en que no constatamos una nueva erosión de los derechos sociales y la protección social hacia las personas. Lo que hace pocos años nos parecía evidente y escaso, y hablábamos de incrementarlo y extenderlo a otros colectivos, ahora se nos pone entre comillas.
Y en este contexto, a Cáritas se le ve, no como una institución que realiza una función complementaria y subsidiaria, sino como una de las pocas organizaciones responsable del trabajo con los más débiles. Es preciso tener un cuidado especial con ello, pues los organismos oficiales no pueden hacer dejación de su misión de amparar a los ciudadanos, sobre todo a los más débiles. Como especifica el artículo 12 de los Derechos Humanos, toda persona tiene derecho “a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.”
Si vivimos en un mundo más pobre, tenemos que profundizar en trabajar por un mundo más justo.
El retomar que en el centro de la vida social está la persona, con su plena dignidad como imagen de Dios, es un planteamiento básico, por lo que no hemos de poner límite a lo que es humanizar, a lo que es tener una vida digna. “Ante todo la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de justicia” Cáritas in veritate 6.
Hemos pasado de la crisis de la coyuntura a la crisis de la estructura. Hemos de pasar de la crisis de la emergencia, a construir un nuevo modelo de vida, a unos nuevos valores a compartir. Tenemos que analizar y constatar qué podemos construir, que debemos construir, cual es nuestro espacio para construir.
Tenemos que empezar a construir camino, sabiendo que no lo podemos todo, que no lo debemos todos y que son muchas las limitaciones en nuestro hacer y en nuestro proceder.
La vida verdadera es inexorablemente invención. Tenemos que inventarnos nuestra propia existencia nuestra acción y a la vez este invento no puede ser caprichoso, sino sabiendo que están en juego nuestros hermanos.
El desánimo y desmoralización se instalan; estamos jugando una batalla donde nos parece que ya la hemos perdido. Necesitamos la esperanza, el tono vital para estar en la lucha. Sin esperanza, hemos perdido la batalla.
Constatamos como va naciendo un sentimiento de prejuicio hacia las personas excluidas y es que la pobreza se puede visibilizar por olvido o por saturación. Esto es tremendamente peligroso ya que desde la misma saturación se está volviendo a la invisibilización.
Una pobreza que se hace más extensa está haciendo invisible a una exclusión más severa, muy profunda, a la exclusión de los últimos de los últimos. No podemos dejar de tener muy presente a los últimos.
Hemos que hablar de personas. Cuando se habla de derechos en vez de los derechos de esta persona en concreto, de asegurados en vez de personas aseguradas, de parados en vez de personas humanas que sufren la injusticia de no contar con un trabajo, de desahucios en vez de familias desahuciadas que dejan de gozar de este derecho, es preciso tener muy presente que son personas, no casos. Tenemos que trabajar por la personalización y la humanización.
“Los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos”, esta frase del Evangelio de Mateo ha de ser la norma que ha de guiar la acción de Cáritas, es la norma que ha de guiar nuestro actuar. Cristo se hace presente en ellos.
Información obtenida de Cáritas Diocesana de Sevilla
EN LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI, DÍA DE CARIDAD 2012
Celebramos la solemnidad del Corpus Christi y, en ella, el Día de la Caridad ya que el Cuerpo entregado y la Sangre derramada del Señor constituyen para nosotros a través de la historia, el mismo y único sacrificio redentor de Jesucristo, que es la manifestación mayor de su amor a los hombres.
En la Eucaristía «la unión con el Señor nos lleva al mismo tiempo a la unión con los demás a los que él se entrega» [1] y «nos hace testigos de la compasión de Dios» por cada hermano y hermana[2]que sufre. Por eso, al contemplar en esta festividad el misterio de la vida entregada por amor, que es la Eucaristía, nuestra mirada y nuestro corazón de pastores se dirigen a todos los hermanos que sufren cualquier necesidad en su cuerpo y en su alma. Para todos ellos tuvo Jesucristo gestos de atención y de ayuda. En estos años se hacen más perceptibles las carencias personales a causa de la crisis que estamos sufriendo. De una forma u otra todos tenemos presente el drama de la pobreza, el hambre y la exclusión social. A las víctimas de estas situaciones queremos ofrecer la entrega solidaria y el mensaje de esperanza que nacen del amor de Dios. Él es la fuente de la caridad fraterna. Queremos también manifestar nuestro agradecimiento sincero a todos los que ponen sus bienes, su tiempo y su esfuerzo al servicio de los pobres, de los marginados y de los más desposeídos. Agradecemos, también, las oraciones de quienes encomiendan a Dios los hermanos que sufren necesidad, para que les fortalezca en los trances difíciles.
Somos conscientes, además, de que el mandamiento del amor al prójimo no se reduce a la atención de los más pobres y desposeídos, sino que se refiere a todos los hombres y mujeres. Por ello, sentimos la responsabilidad de orar, también, por quienes causan estos desórdenes y por quienes los consienten con su actitud pasiva desde puestos de responsabilidad. Pedimos al Señor que les ayude a tomar conciencia de su error y les conceda luz y fuerza para superarlo.
La pobreza y la exclusión social crecen entre nosotros de manera alarmante
Los efectos de la crisis [3]están afectando de manera dramática a un número creciente de personas. Baste recordar algunos de los datos que nos ha dado Cáritas Española en el último informe sobre exclusión y desarrollo social en España durante los últimos cuatro años [4]. La tasa de desempleo en España durante el año 2011 fue la más alta de todos los países de la Unión Europea, alcanzando niveles insostenibles del 23% de la población activa, y situando al 49% de los jóvenes sin acceso al trabajo. Uno de cada cuatro españoles está en situación de riesgo de pobreza y exclusión social, consecuencia, en muchos casos, de la pérdida de la vivienda y del trabajo. El número de hogares con todos sus componentes activos en paro ha alcanzado la cifra de 1.425.000, y de ellos 580.000 tampoco reciben ingresos de prestaciones sociales. Por otra parte, la precariedad laboral está generando un sentimiento de temor a perder el trabajo. El Papa Benedicto XVI, reflexionando sobre este problema dice: “El estar sin trabajo mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”[5]. Consiguientemente una pobreza de orden material genera otra de orden espiritual. La necesidad de las personas, entonces, es mayor; y su solución más compleja y urgente; “como consecuencia, se producen situaciones de deterioro humano y de desperdicio social” [6].
La pobreza en sus distintas formas se ha hecho más extensa, más intensa y más crónica. Mientras tanto, estamos dando paso a una sociedad más injusta en la que la brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más profunda, y aumenta entre nosotros más que en el resto de Estados de la Unión Europea. Ello hace que, un tercio de la población declare tener dificultades para llegar a fin de mes, mientras que otros servicios de lujo han aumentado sus beneficios.
Por otra parte, abriendo la mirada a la realidad mundial, no podemos olvidar que una de cada seis personas no sabe si comerá hoy [7].
La Eucaristía nos hace ser pan partido y repartido
En este contexto, en que muchos cristianos, y hombres y mujeres de buena voluntad, se preguntan angustiados qué podemos hacer, nuestra mirada se dirige a Jesucristo presente en la Eucaristía. En este sacramento se manifiesta especialmente el amor de Dios que estimula en nosotros el ejercicio de la caridad en la forma y grado que a cada uno corresponde.
Ante las necesidades ajenas, Jesucristo se conmueve y muestra su rostro compasivo. Su ejemplo nos enseña que la verdadera compasión comienza por estar solícitamente atentos a las necesidades de los otros y hacer todo lo posible por remediarlas. Cuando Dios se conmueve ante el drama social, político y religioso de su pueblo, actúa también y mueve su brazo salvador por medio de Moisés [8]. Jesucristo, con palabras y gestos, lleva a cumplimiento y plenitud la compasión operante de Dios. Y, queriendo contar con los suyos, dirá a sus discípulos «dadles vosotros de comer»; aunque sabe que aquello con lo que cuentan resulta insuficiente para la gran masa hambrienta y necesitada [9]. Jesucristo, en este signo eucarístico nos muestra muy claramente que la primera obra de caridad es manifestar a las gentes la verdad de Dios, el rostro de Jesucristo [10]. De modo inseparable nos enseña a salir al paso de las necesidades materiales del prójimo. Pero, sobre todo, nos da a entender que “el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo…” (Jn 6, 33). Y cuando le pidieron de ese pan, Jesucristo contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6, 35).
En la multiplicación de los panes y los peces y en las palabras que Jesucristo dirige a quienes, por ello, querían proclamarle rey, quedan establecidas las condiciones o intenciones fundamentales de la Caridad cristiana. La verdadera caridad mira también el alma; y, en la forma oportuna, incluye, por ello, también la intención evangelizadora. El testimonio de la entrega de sí mismo que hace Jesucristo abre el corazón a la esperanza en la vida eterna. Por eso puede decirnos: “el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” [11]. “El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de caridad, justicia, paz y desarrollo, forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo que nos ama, le interesa todo el hombre” [12].
No olvidemos que “para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona” [13].
Jesús «bendice» y «parte», los alimentos, en clara referencia a la Eucaristía; y los discípulos fueron los encargados de repartirlos. Todos comieron y todavía sobró. La compasión de Jesús se ha traducido en partir y repartir el pan. Así, el signo de la multiplicación de los panes anticipa el verdadero milagro, el de la Eucaristía, en que Jesús se nos da a sí mismo como pan partido y repartido, como vida totalmente entregada para la vida del mundo. Lo poco, por la acción del Señor todopoderoso, ha sido más que suficiente para muchos. Y Jesús, al darnos su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, no sólo nos enseña a compartir el pan, sino a hacer de nuestras vidas una mediación de su amor a los más desposeídos. El Señor ha querido necesitarnos para llevar la luz y la vida a los que carecen de ella; luz que nos permite conocer la verdad, y vida que, como el agua prometida por Jesús a la Samaritana, salta hasta la vida eterna [14]. No podemos olvidar que la Eucaristía nos abre al conocimiento y a la experiencia de Dios que es nuestra mayor necesidad; por tanto, la más importante obra de caridad.
No busquemos nuestro propio interés, sino el bien de todos
En momentos difíciles tenemos la tentación de refugiarnos cada uno en nuestra seguridad y ceder al “sálvese quien pueda”, o caer en actitudes fatalistas [15]. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante la situación de extrema necesidad que viven muchos hermanos nuestros, pensando que no podemos hacer nada con nuestras limitadas fuerzas.
«Que nadie busque su interés, sino el del prójimo», [16] sabiendo que buscar el bien de todos por encima del propio implica hoy tres urgencias o llamadas que nos atrevemos a proponer. Tengamos en cuenta que el Señor, para llevar a término su plan de salvación ha querido necesitar nuestra colaboración libre y sincera.
A. Es hora de pasar de la compasión a la acción
No es posible vivir ajenos a los cinco millones y medio de hermanos nuestros que no tienen trabajo; a las miles de empresas abocadas a reducir plantillas o a cerrar las puertas; al millón y medio de familias con todos sus miembros en paro. Tampoco podemos ser insensibles ante algunas formas de actuar de personas e instituciones que, llamadas de un modo especial a orientar sus proyectos y acciones con justicia y transparencia no son ejemplares en el ejercicios de estos deberes. “Se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras y modos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha dañado la economía real, vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo” [17]. Por la misma razón, “la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia” [18]. Sin pretender alusiones a personas o instituciones concretas deberemos tener muy en cuenta para la reflexión de todos los interesados que “el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común” [19].
Es tiempo de convertirnos pasando de la compasión a la acción, y asumiendo un claro compromiso en favor de los más necesitados [20]. Nuestra preocupación por los pobres y los que sufren «debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias» [21]. Debemos vencer la tentación de crear necesidades para promover principalmente el desarrollo económico. Por el contrario, ha de procurarse satisfacer necesidades de las personas para promover su desarrollo integral. Es imprescindible mirar a la persona como sujeto de desarrollo, miembro de la comunidad humana, y no como simple consumidor. Hay que lograr que las relaciones de mercado estén sujetas a las exigencias morales de reciprocidad solidaria, como demanda una justa economía social de mercado [22].
B. Cada uno debemos asumir sinceramente nuestra responsabilidad
“Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” [23]. El Señor nos enseña y nos invita a hacernos cargo del otro. Hoy sigue Dios pidiéndonos que seamos responsables de nuestros hermanos [24]. Aquella pregunta con la que Dios pide cuentas a Caín sobre su hermano, es la pregunta que se nos hace a todos nosotros en este momento histórico: ¿Tú, financiero, empresario, funcionario, sindicalista, empleado..., qué has hecho de tu hermano? Y no vale responder como Caín: “¿Soy acaso guardián de mi hermano?” [25]. No vale decir: yo me ocupo de lo mío y nada tengo que ver con mi hermano, “Al conformarse con Cristo redentor (como se nos ofrece en la Eucaristía), el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por El, llamada a la gracia y a la gloria en toda la plenitud del misterio del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo. La configuración con Cristo y la contemplación de su rostro infunden en el cristiano un insuperable anhelo por participar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (Mt 25, 35-37)” [26].
Todos estamos llamados a compartir haciendo verdad en nuestra vida el lema de Cáritas en este año para el Día de la Caridad: «Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir».
C. Debemos dar cabida a la gratuidad
Esto requiere gran dosis de generosidad; por eso hacemos una última llamada a la gratuidad. Trabajemos por la justicia para que todos vean respetados sus derechos. Pero, si de verdad queremos y buscamos el bien de todos, especialmente de los más pobres, habrá que sobrepasar, muchas veces, la justicia legal con la gratuidad propia de la caridad cristiana. La debilidad de unos, la torpeza de otros y las limitaciones de todos, pronostican la presencia de los pobres a través de los tiempos haciendo necesario el ejercicio de la caridad en aras de la justicia social y del bien común. Jesucristo ya nos advirtió que los pobres los tendríamos siempre entre nosotros. (cf. Mt 26, 11).
Nuestras decisiones y opciones en el campo económico, social y político no se deben sustentar sólo «en relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, en relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión» [27].“Es importante urgir una reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario” [28]. Ello supone que esta reflexión debe hacerse teniendo en cuenta la opción cristiana por los pobres y la realidad de los más débiles y desposeídos [29].
Conclusión
Que Jesús Eucaristía, vida gratuitamente entregada para que todos vivamos, nos ayude a hacer de nuestras vidas una entrega generosa y gratuita, como don de nosotros mismos. De este modo lucharemos contra la crisis; no nos cerraremos cada uno en nuestro propio interés, sino que buscaremos juntos lo que es mejor para todos en coherencia con la lógica del bien común y de la comunicación cristiana de bienes.
Y a cuantos sufrís de manera más viva e intensa los efectos de la crisis, queremos manifestaros nuestra cercanía y afecto; al mismo tiempo nos ponemos a vuestra disposición para apoyaros en vuestros legítimos derechos. Deseamos ayudaros en la medida de nuestras posibilidades, y animaros a mantener la esperanza en la divina Providencia. Por ello imploramos la ayuda del Señor, que es el único capaz de alentar esa esperanza frente a toda desesperanza.
Manifestamos, también, nuestra valoración de cuanto se hace por los pobres desde las instituciones caritativas y desde la realidad familiar, parroquial y apostólica. Animados por ello pedimos al Señor que estimule y bendiga la generosidad sincera y gratuita.
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